I.
El beso que inmola la vorágine de mis miembros
clavados y crucificados por el desdén de tu cuerno
golpeando, salado oscuro
con un ojo a medio cerrar...
Lo que afuera quema, por dentro calcina.
¿Qué viajes hubo de pasar esa extraña
prolongación de tu inmensa agonía
que ahora me clava a este lecho sin rosas
con furia y embates del que busca redención?
Ay, amor
no me abras las piernas para
lavarte en mi fuente
que otros peregrinos ya se han llevado
de aquí.
¡Siquiera miente! dime que tu carne no es
la impía huella del mortal y de la fe,
que entre mis senos no buscas el perdón
de otros cuerpos
Miénteme así como también he mentido yo
al exhalar en otros huesos otras vidas.
II.
Nuestras piernas se convierten en ciegas raíces
que no buscan atascarse entre el cielo y
la tierra por años
mas retuerzo a girones lo que tu lengua
martilla en mi boca
-si son alas de sal y sudor-
Palabras que en ecos rebotan en estas paredes
de sol azul, con nubes que tildan nuestro cielo
en notas agriadas de lo que hoy se explica:
La sangre de muchos vertida en el cáliz
propio.
Un dios de olvido queriendo olvidar lo que
en la mente nos nubló de un soplo,
dios queriendo decir que redimas tus
versos en las figuras que forma nuestra carne
que muerdas la desidia como si fuera el
vástago mismo.
Créeme, aquí se desprecia el desprecio por sí,
se saborea la fruta de la imagen de dios
a gloria y semejanza.
III.
Me haz clavado otra vez y mentido la luz
del otrora prominente Venus.
No somos más que el camino inconcluso
esperando un fin.