viernes, 25 de junio de 2010

Paranoia

Definitivamente no era su comportamiento habitual, se notaba nervioso y algo distraído. Comúnmente era un chico cándido y en extremo amable y servicial, pero aquel día algo diferente se hacía notar, como si no quedara en él espacio para el mundo ni sus habitantes.

Volvió a casa luego de un largo día de trabajo, cansado como siempre. Caminaba lentamente por la vereda norte de la calle central, en ese momento oscurecida por la noche fría y penetrante.
Mientras avanzaba hacia la intersección de Lozada con Calle de las Américas sintió que alguien lo seguía desde atrás. Pensó entonces que de seguro su imaginación le estaba jugando una mala pasada y prosiguió el camino.
Pasadas tres cuadras de divagación mental volvió a sentir aquellos pasos detrás de los suyos. Volteó la cabeza y no vió nada. Maldijo una vez en voz alta y lanzó una amenaza a Juan por si acaso le estaba jugando una broma pesada, pero ni siquiera el viento se asomaba en la vereda norte a esas horas. Siguió el camino ya algo preocupado mientras pensaba en las cinco cuadras y media que faltaban para llegar al departamento que habitaba en Santa Juana. Trataba de dar pasos largos y apresurados para disuadir la distancia y el miedo que comenzaba a apoderarse de su cuerpo. Quizo también hablar por teléfono con alguien para no sentir el camino tan sólo, pero luego pensó que sería un blanco aún más fácil en caso de que lo quisieran asaltar.
Levantó la mirada y vió la sombra alargada de un árbol que se proyectaba gracias a la luna llena suspendida encima de él. Se paralizó un instante, sintió el frío corriendo por el riel de su espalda y, aunque no supo muy bien que hacer, gritó fuertemente por si alguien lo escuchaba.

- ¡Juan, deja ya las bromas pendejo!

Pero Juan estaba durmiendo en casa con su esposa.
De pronto los pasos se hicieron más fuertes y rápidos, empezaban a avanzar velozmente, luego a trotar y por último a correr. No le quedó otra que huir lo más rápido de ahí sin saber de qué.
Fue entonces cuando su respiración se aceleró mientras escuchaba que aquellas pisadas se acercaban más y más, su pecho comenzó a apretarse y la garganta se le cerró por completo, su brazo izquierdo le avisaba que un ataque cardíaco amenazaba su vida.

Y mientras caía abatido, su espalda morena tocaba el suelo congelado de la vereda norte, y cuando habría los ojos a la muerte, un perro vagabundo le olía la cara...

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